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seg�n Potapytch, hab�a realizadograndes ganancias y entonces se abandonaba a una nueva
esperanzaque imped�a que se marchase. Por otra parte, los jugadores saben perfectamente que se
puede estar sentado veinticuatro horas seguidasjugando a las cartas sin desviar la mirada ni a la derecha
ni a la izquierda. Aquel mismo d�a pasaron igualmente en nuestro hotel cosasdecisivas.
Poco antes de las once de la ma�ana, cuando a�n la abuela estaba en su cuarto, el general y Des
Grieux resolvieron intentar un �ltimoesfuerzo. Habi�ndose enterado de que, lejos de marcharse,
hab�avuelto al casino, fueron a verla para discutir definitivamente e incluso"francamente". El general que
temblaba y desfallec�a ante la perspectiva de las funestas consecuencias que pod�an resultar para �l,
perdiólos estribos; despu�s de haber suplicado durante media hora y de haberlo confesado todo, es
decir, sus deudas y hasta su pasión por la se�orita Blanche -estaba completamente loco tomó de pronto
un tonoamenazador y comenzo a renir a la abuela. Ella deshonraba su nombre, se convertia en la causa
de un esc�ndalo en toda la ciudad y, enfin... en fin...
-Desacredita usted el nombre de Rusia, se�ora -clamó el general-, �y aqu� hay policia para eso!
La abuela le expulsó finalmente con un par de golpes de su bastón.
Una o dos veces todav�a el general y Des Grieux examinaron laPosibilidad de recurrir a la Polic�a.
"Una pobre vieja, honrada, perochocha, acaba de arruinarse en el juego.... etc. �No se podr�a
obteneruna vigilancia o una intervención ... ?" Pero Des Grieux se contentabacon encogerse de hom-
bros y se re�a en las mismas narices del general,que no sabiendo ya qu� despotricar, iba de un lado a
otro del cuarto.Finalmente Des Grieux se cansó y se marchó.
Por la noche se supo que hab�a salido del hotel despu�s de unaconversación misteriosa con la se�orita
Blanche.
En cuanto a esta �ltima, hab�a tomado, desde por la ma�ana,medidas decisivas. Hab�a despedido al
general, prohibi�ndole que sevolviese a presentar ante sus ojos. Cuando �l corrió a un�rsele en elcasino
y la encontró del brazo del peque�o pr�ncipe, ni ella ni la se�ora viuda de Cominges dieron muestras de
conocerle. El pr�ncipe no saludó.
Durante todo el d�a la se�orita Blanche sondeó y maniobró cercadel pr�ncipe para que se le declarase
definitivamente. Pero, �ay!, sehab�a equivocado cruelmente en lo que se refiere a ese personaje.
Estapeque�a cat�strofe ocurrió por la noche. Se descubrió que el pr�ncipeera m�s pobre que una rata y
que incluso se propon�a pedirle prestadodinero contra un pagar� para poder jugar a la ruleta. Blanche,
indignada, lo echó de su lado y fue a encerrarse en sus habitaciones.
En la ma�ana de aquel mismo d�a fui a casa de Mr. Astley, om�s bien le busqu� durante varias horas
sin poder encontrarle ni en elcasino ni en el parque. Ese d�a no com�a en su hotel. A las cinco
vicasualmente que sal�a de la estación y se dirig�a al H�tel d'Angleterre.Iba de prisa y no parec�a muy
preocupado, aunque hubiera sido dificildiscernir en su rostro expresión alguna. Me tendió alegremente
lamano con su exclamación habitual: "� Ah!", pero continuó andandocon paso r�pido.
Le acompa��, pero me recibió de tal modo que no pude preguntarle nada. Adem�s, me repugnaba
mucho hablar de Paulina. El mismo tampoco me preguntó por ella. Le habl� de la abuela; me escuchó
con atención, y luego se encogió de hombros.
- �Lo perder� todo! -insinu�.
- �Oh, s�! -contestó �l-. Se dispon�a a jugar cuando me march�.Ya sab�a que perder�a. Si tengo tiempo
ir� a verla al casino, pues escosa muy curiosa.
- �A dónde fue usted? -le pregunt�, sorprendido de no haberlo hecho hasta entonces.
-A Francfort.
- �Por negocios?
-S�, por negocios.
�Para qu� insistir? Continu� marchando a su lado, pero dio lavuelta hacia el H�tel des Quatre Saisons
, me hizo una inclinación decabeza y desapareció.
Al volver al hotel me di poco a poco cuenta de que, aunque hubiera hablado dos horas con �l, no
habr�a sacado nada, porque.... enrealidad, no ten�a nada que preguntarle. �S�, era seguramente eso!
Mehubiese sido imposible formular mi pregunta.
Todo aquel dia estuvo Paulina de paseo por el parque con la ni�era y los ni�os, y luego permaneció en
su habitación . Desde hac�atiempo evitaba al general, y casi no le dirig�a la palabra. Ya lo hab�anotado
yo tiempo antes.
Pero sabiendo en qu� situación se encontraba entonces el generalpens� que �ste no pod�a menos de
contar con ella, es decir, que entreellos tendr�a que haber una explicación familiar importante.
Sin embargo, cuando regres� al hotel, despu�s de mi conversación con Mr. Astley, encontr� a Paulina
con los ni�os. Su fisonom�areflejaba una serenidad imperturbable, como si fuese la �nica que hubiese
salido con bien de las tempestades de familia. Contestó a misaludo con una inclinación de cabeza. Entr�
en mi habitación de muymal humor.
Ciertamente que yo evitaba hablar con ella, y ni una vez le hab�adirigido la palabra despu�s del inciden-
te con los Wurmenheim. Adem�s, me hac�a el ofendido, pero a medida que el tiempo pasaba
unaverdadera indignación se acentuaba en m�. Aun cuando no me amase,no era �sta una razón para que [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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