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Te oigo sonó metálicamente dentro de su casco . ¿Puedes bajar el volumen?
Él lo hizo.
¿Mejor así?
Gracias.
Eso era todo. Unas gracias rutinarias por bajar el volumen, y ni una palabra sobre su
decisión. ¿Es que no se daba cuenta de lo que hacía por ella? ¿Era tan estúpida como
para pensar que él creía su disparatada «historia»? Cade selló las puertas anteriores y
posteriores y despegó una de las pistolas del mamparo. Carga completa. Sin número.
¿Qué significaba una pistola sin número? Una pistola sin su miliciano correspondiente era
inimaginable. Pero allí había diez. Cade ajustó cada una de ellas a apertura máxima,
bombeó el aire del compartimento mediante una válvula manual y abrió la gran escotilla
de carga.
Después de eso no podía hacer ya nada. Salvo flotar y esperar, e intentar no pensar.
Pero en eso fallaba. ¿Qué sabía él... y cómo lo sabía?
Él sabía que los milicianos eran milicianos: luchadores, expertos en los complejos
mecanismos de las pistolas, expertos en la lucha, los únicos expertos en la lucha que
había. Ése era un dato esencial. Sabía que estaban al servicio del emperador..., pero ese
dato se había esfumado con las implacables palabras del Maestro de Poder. Había sabido
también que el sumo pistolero era la encarnación de las perfecciones de la Orden, y había
descubierto que el dato era falso. Le habían convencido de que disparar desde un
vehículo aéreo era una abominación..., y ahora se veía a punto de cometer la
abominación. Le habían enseñado que para los milicianos sólo había una mujer, y no era
una mujer de carne y hueso..., era la que se aparecía fugazmente a quienes morían en
combate y que su fugaz aparición recompensaba a los milicianos por sus vidas de
abstinencia. Pero sabía que para él había ahora otra mujer..., unas veces misteriosa,
traidora, puta, aristócrata estúpida, expositora de absurdas «historias». ¿Qué sabía él y
cómo lo sabía? Sabía que era traidor a la Orden y a Ella, a aquella que era consuelo de
los combatientes, pues deseaba a aquella mujer sin saber su secreto.
Alarma de proximidad dijo la voz en su casco.
Mensaje recibido dijo él maquinalmente al modo miliciano, y sonrió con amargura
para sí.
Cade se aproximó adonde estaban las pistolas. Fijó dos a sus muslos y otras dos a sus
guanteletes. Era una situación grotesca. Lo correcto era una pistola para un hombre.
Pero, ¿por qué?, se preguntó. ¿Por qué no dos pistolas para un hombre, cuatro pistolas
para un hombre, tantas pistolas para un hombre como éste necesitase y pudiese
manejar? Se impulsó hacia una escotilla y comenzó a descender, arrastrándose como
una araña, de un disco de cuarzo al siguiente, atisbando en la oscuridad salpicada de
estrellas. El sol quedaba a popa de la nave; los arietes no podrían atravesar a su víctima
aprovechando su propia sombra.
Hubo un triple guiño de luz que se convirtió en una llama más allá de las escotillas. Los
arietes habían fallado en su primer intento de convertirse en parte del mismo sistema
físico que su presa... Volverían...
Cade se preguntó si podría disipar en los Misterios las confusiones que le
atormentaban, y rechazó la idea. Los conocía, al menos, tal como eran. Trampas para
unos, e instrumentos útiles para otros. ¿Paz? Quizás hubiese paz en donde la Cannon,
donde un hombre podía ocultarse y hundirse hasta que ningún rayo de sol pudiese
hallarle. En lo de la Cannon uno podía beber y drogarse y copular mientras tuviese
verdes, y luego todo era cuestión de acechar por las calles oscuras hasta dar con tu
miedoso plebeyo que se había retrasado en su vuelta a casa. Y luego podías beber y
drogarte y copular de nuevo donde ningún rayo de sol podía hallarte. ¿Podía ser
degradante la vida del lugar de la Cannon si no lo era disparar desde un vehículo aéreo?
Los arietes aparecieron de nuevo a proa, y la nave pareció ganar velocidad y
superarlos. Cade sabía que era un triunfo ilusorio. Le estaban rodeando. Ahora se habían
situado lejos a popa.
¿Qué sabía él y cómo lo sabía? Sabía que la Orden y la filosofía Klin y el Reino del
Hombre habían sido creados hacía diez mil años. Lo sabía porque se lo había dicho todo
el mundo. ¿Y cómo lo sabían ellos? Porque también a ellos se lo habían dicho todos. La
mente de Cade flotaba sin anclas, como su cuerpo. Él no creía en fantasmas. Eso era
para los niños. Pero creía en no disparar desde vehículos aéreos. Eso era para milicianos.
A milicianos y a niños se lo habían dicho todo.
Te llevaré a las cuevas.
Y vendrá el beedo-nueve y te arrancará los dedos de las manos y de los pies con
cuchillos de metal al rojo.
Y vendrá el beedo-sinco y te atravesará con bolas de metal al rojo.
Y vendrá el beesinco-sero y te arrancará brazos y piernas con rasgadores de metal al
rojo.
Y al final, si no eres un niño bueno, vendrá el bee-tree-seis en la oscuridad y te cazará
aunque corras de cueva en cueva, chillando en la oscuridad. El beetree-seis, que gruñe y
acecha, te echará su aliento emponzoñado y eso será lo más horrible de todo, pues tus
huesos se volverán agua y arderás eternamente.
Los tres arietes relampaguearon al pasar junto a la escotilla abierta de nuevo y
parecieron colgar en el espacio muy por delante de la nave. Su siguiente pasada podía
ser definitiva.
Clennie es un cerdo. Me dijo que había hecho un agujero en la pared y que miraba por
él a su hermana todos los días cuando se desvestía. Quien es capaz de eso, también
sería capaz de disparar desde un vehículo aéreo.
... preguntas embarazosas innecesarias para poder admitir a un individuo en el grupo.
Candidato Cade, en nombre del emperador, ¿puedes decirnos honradamente que de
noche tienes sólo sueños normales y sanos, libres de fantasías degradantes como
demostraciones de afecto a otros muchachos y disparos de pistola desde el aire?
... pero oh, mis queridos alumnos, aún hay cosas peores. Este infortunado joven que
empezó menos preciando sus lecciones de Klin, no terminó sólo como cobarde y ladrón.
En un vuelo de reconocimiento perdió altura, y se puso al alcance del fuego de la
infantería. No necesito explicar lo que hizo. Podéis suponerlo. Acosado por el
remordimiento, después de su acto inmencionable, se quitó la vida, pero imaginad, si
podéis, la vergüenza de sus hermanos...
...Aún con el corazón destrozado, no había más remedio que hacerlo. Yo no sabía que
él tenía una mancha, pero vi el examen con mis propios ojos. «Resolvió» el ejercicio de
Táctica VII con una pantalla de humo: enviando un vehículo aéreo sobre el flanco [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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Te oigo sonó metálicamente dentro de su casco . ¿Puedes bajar el volumen?
Él lo hizo.
¿Mejor así?
Gracias.
Eso era todo. Unas gracias rutinarias por bajar el volumen, y ni una palabra sobre su
decisión. ¿Es que no se daba cuenta de lo que hacía por ella? ¿Era tan estúpida como
para pensar que él creía su disparatada «historia»? Cade selló las puertas anteriores y
posteriores y despegó una de las pistolas del mamparo. Carga completa. Sin número.
¿Qué significaba una pistola sin número? Una pistola sin su miliciano correspondiente era
inimaginable. Pero allí había diez. Cade ajustó cada una de ellas a apertura máxima,
bombeó el aire del compartimento mediante una válvula manual y abrió la gran escotilla
de carga.
Después de eso no podía hacer ya nada. Salvo flotar y esperar, e intentar no pensar.
Pero en eso fallaba. ¿Qué sabía él... y cómo lo sabía?
Él sabía que los milicianos eran milicianos: luchadores, expertos en los complejos
mecanismos de las pistolas, expertos en la lucha, los únicos expertos en la lucha que
había. Ése era un dato esencial. Sabía que estaban al servicio del emperador..., pero ese
dato se había esfumado con las implacables palabras del Maestro de Poder. Había sabido
también que el sumo pistolero era la encarnación de las perfecciones de la Orden, y había
descubierto que el dato era falso. Le habían convencido de que disparar desde un
vehículo aéreo era una abominación..., y ahora se veía a punto de cometer la
abominación. Le habían enseñado que para los milicianos sólo había una mujer, y no era
una mujer de carne y hueso..., era la que se aparecía fugazmente a quienes morían en
combate y que su fugaz aparición recompensaba a los milicianos por sus vidas de
abstinencia. Pero sabía que para él había ahora otra mujer..., unas veces misteriosa,
traidora, puta, aristócrata estúpida, expositora de absurdas «historias». ¿Qué sabía él y
cómo lo sabía? Sabía que era traidor a la Orden y a Ella, a aquella que era consuelo de
los combatientes, pues deseaba a aquella mujer sin saber su secreto.
Alarma de proximidad dijo la voz en su casco.
Mensaje recibido dijo él maquinalmente al modo miliciano, y sonrió con amargura
para sí.
Cade se aproximó adonde estaban las pistolas. Fijó dos a sus muslos y otras dos a sus
guanteletes. Era una situación grotesca. Lo correcto era una pistola para un hombre.
Pero, ¿por qué?, se preguntó. ¿Por qué no dos pistolas para un hombre, cuatro pistolas
para un hombre, tantas pistolas para un hombre como éste necesitase y pudiese
manejar? Se impulsó hacia una escotilla y comenzó a descender, arrastrándose como
una araña, de un disco de cuarzo al siguiente, atisbando en la oscuridad salpicada de
estrellas. El sol quedaba a popa de la nave; los arietes no podrían atravesar a su víctima
aprovechando su propia sombra.
Hubo un triple guiño de luz que se convirtió en una llama más allá de las escotillas. Los
arietes habían fallado en su primer intento de convertirse en parte del mismo sistema
físico que su presa... Volverían...
Cade se preguntó si podría disipar en los Misterios las confusiones que le
atormentaban, y rechazó la idea. Los conocía, al menos, tal como eran. Trampas para
unos, e instrumentos útiles para otros. ¿Paz? Quizás hubiese paz en donde la Cannon,
donde un hombre podía ocultarse y hundirse hasta que ningún rayo de sol pudiese
hallarle. En lo de la Cannon uno podía beber y drogarse y copular mientras tuviese
verdes, y luego todo era cuestión de acechar por las calles oscuras hasta dar con tu
miedoso plebeyo que se había retrasado en su vuelta a casa. Y luego podías beber y
drogarte y copular de nuevo donde ningún rayo de sol podía hallarte. ¿Podía ser
degradante la vida del lugar de la Cannon si no lo era disparar desde un vehículo aéreo?
Los arietes aparecieron de nuevo a proa, y la nave pareció ganar velocidad y
superarlos. Cade sabía que era un triunfo ilusorio. Le estaban rodeando. Ahora se habían
situado lejos a popa.
¿Qué sabía él y cómo lo sabía? Sabía que la Orden y la filosofía Klin y el Reino del
Hombre habían sido creados hacía diez mil años. Lo sabía porque se lo había dicho todo
el mundo. ¿Y cómo lo sabían ellos? Porque también a ellos se lo habían dicho todos. La
mente de Cade flotaba sin anclas, como su cuerpo. Él no creía en fantasmas. Eso era
para los niños. Pero creía en no disparar desde vehículos aéreos. Eso era para milicianos.
A milicianos y a niños se lo habían dicho todo.
Te llevaré a las cuevas.
Y vendrá el beedo-nueve y te arrancará los dedos de las manos y de los pies con
cuchillos de metal al rojo.
Y vendrá el beedo-sinco y te atravesará con bolas de metal al rojo.
Y vendrá el beesinco-sero y te arrancará brazos y piernas con rasgadores de metal al
rojo.
Y al final, si no eres un niño bueno, vendrá el bee-tree-seis en la oscuridad y te cazará
aunque corras de cueva en cueva, chillando en la oscuridad. El beetree-seis, que gruñe y
acecha, te echará su aliento emponzoñado y eso será lo más horrible de todo, pues tus
huesos se volverán agua y arderás eternamente.
Los tres arietes relampaguearon al pasar junto a la escotilla abierta de nuevo y
parecieron colgar en el espacio muy por delante de la nave. Su siguiente pasada podía
ser definitiva.
Clennie es un cerdo. Me dijo que había hecho un agujero en la pared y que miraba por
él a su hermana todos los días cuando se desvestía. Quien es capaz de eso, también
sería capaz de disparar desde un vehículo aéreo.
... preguntas embarazosas innecesarias para poder admitir a un individuo en el grupo.
Candidato Cade, en nombre del emperador, ¿puedes decirnos honradamente que de
noche tienes sólo sueños normales y sanos, libres de fantasías degradantes como
demostraciones de afecto a otros muchachos y disparos de pistola desde el aire?
... pero oh, mis queridos alumnos, aún hay cosas peores. Este infortunado joven que
empezó menos preciando sus lecciones de Klin, no terminó sólo como cobarde y ladrón.
En un vuelo de reconocimiento perdió altura, y se puso al alcance del fuego de la
infantería. No necesito explicar lo que hizo. Podéis suponerlo. Acosado por el
remordimiento, después de su acto inmencionable, se quitó la vida, pero imaginad, si
podéis, la vergüenza de sus hermanos...
...Aún con el corazón destrozado, no había más remedio que hacerlo. Yo no sabía que
él tenía una mancha, pero vi el examen con mis propios ojos. «Resolvió» el ejercicio de
Táctica VII con una pantalla de humo: enviando un vehículo aéreo sobre el flanco [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]