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Se oyó decir a sí mismo: «Oldring, Bess vive. Pero está muerta para vos.» Y sintió erguirse v
estallar en sus oídos el trueno de un disparo, y vio como el gigante caía lentamente de
rodillas. ¿Pero era aquella extraña mirada de los negros ojos sólo la última chispa de vida?
Un murmullo quebrado, extraño como la muerte: «Hombre..., ¿por qué... no... esperasteis...?
Bess fue... », y Oldring cayó muerto.
En ellas estaba el secreto que había clamado en su conciencia durante el tumulto y la
violencia de sus emociones. ¡Qué mirada en un hombre herido en el corazón! No había en
ella ni odio, ni ferocidad, ni temor de los hombres ni de la muerte. No fue la mirada de un
espíritu apasionado por la impávida enemistad, que daba tiro por tiro, vida por vida, sin
merma de fuerza física. Recordándolos claramente para no olvidarlos jamás, Venters vio en
los magníficos ojos de Oldring la expresión de una grande y alegre sorpresa... de amor.
Luego la sombra, y el terrible y- sobrehumano esfuerzo del espíritu por hablar. Oldring,
herido en el corazón, había luchado con la muerte para retrasarla un momento, no para
disparar, a su vez, o para maldecir a su enemigo, sino para murmurar palabras extrañas.
¡Qué palabras en boca de un hombre agonizante! ¿Por qué no había esperado? ¿Por
qué? Aquella mirada no era una súplica de vida, sino el dolor de que no quedara el momento
necesario para poder hablar: «Bess fue... » En estas palabras había renovadas torturas para
Venters. ¿Qué había sido Bess para Oldring? La interrogación salía como un espectro de su
tumba y perseguíale. Había pasado por alto el pretérito de ella, había perdonado, empezó a
amar y a olvidar lo otro, y ahora, del misterioso murmullo de un hombre agonizante, surgía
de nuevo la perversa, desconcertante, celosa incertidumbre. Bess había amado a aquel
espléndido gigante, ella misma lo confesó. El alma de Venters convirtióse otra vez en un
infierno de celos, y a ellos mezclóse de pronto el disparo que mató a Oldring, y el eco de la
detonación le causó una loca, endiablada, odiosa y vengativa alegría. Después recordó el
amor que brilló en los ojos de Oldring y el misterio de sus palabras. Así sufrió el corazón de
Venters las alterantes emociones de sus encontrados sentimientos.
Después de un año de sufrimientos y sinsabores había llegado la crisis y el punto
culminante en la lucha de su vida. Se levantó a la hora gris del alba casi descorazonado pero
triunfante sobre sus malas pasiones. No podía cambiar el pasado y, aunque no hubiese
querido a Bess con toda su alma, estaba dispuesto a no cambiar en nada lo que había
proyectado respecto a ella. Sólo una cosa necesitaba saber en definitiva: la verdad, fuese cual
fuese, porque era preciso acabar de una vez con todas las dudas y recelos. Sabía ya
117
Librodot Los jinetes de la pradera roja Zane Grey
exactamente a qué atenerse respecto a las relaciones entre ella y Oldring, pero quería oírlo de
boca de Bess, y luego, olvidar para siempre tan triste pasado. Una vez fuera del Estado de
Utah, la joven también lo olvidaría todo y sería feliz en un nuevo ambiente.
Durante todo el día avanzó con lentitud por el Desfiladero, tomándose el tiempo
necesario para escrutar siempre los parajes antes de aventurarse en ellos. Procuraba que el
burro pisara sólo terreno rocoso o donde hubiese hierba alta, y se volvía con frecuencia para
cerciorarse de que no le perseguían. Ya de noche, llegó a la hondonada y allí dio libertad al
burro; subió la cuesta, alcanzó los cedros y continuó subiendo por el rocoso terreno hasta
llegar a los peldaños. Escaló éstos con un último esfuerzo, se dejó caer sobre el suelo de la
cueva que formaba el comienzo de la garganta, y se durmió...
A la mañana siguiente, cuando penetró en el valle, lo vio de nuevo inundado por el
sol, cuyos rayos daban sobre él atravesando el ojo del enorme puente de piedra. El Valle de la
Sorpresa parecíale más que nunca un lugar de soberana belleza.
Desde lejos distinguió a Bess bajo los abetos del campamento y, a poco, los ladridos
de los perros advirtiéronle que le habían visto. Oyó cantar a los sinsontes en los árboles, y a
las codornices. Ring y Blanca acudieron raudos, y detrás de los perros venía Bess con los
brazos abiertos para recibir al amado.
-¡Bern! ¡Qué feliz soy al volver a verte! -exclamó, llena de júbilo.
-Sí, Bess, ya estoy otra vez aquí.
Iba ella a abrazarle cuando, de pronto, la expresión de su rostro la contuvo y
rápidamente desapareció su alegría, tornándose lívida; temblando, dijo:
-¡Oh! ¿Qué ha sucedido?
-Muchas cosas, Bess; pero no te hace falta saberlas. Estoy cansado. Cansado de
cuerpo y de alma.
-¡Con qué ojos tan extraños me miras! -balbuceo la muchacha.
-No te importe. Estoy bien y no hay nada de que tengas que asustarte. Las cosas van a
suceder tal como las hemos proyectado. En cuanto descanse, saldremos de este país. Pero
necesito saber ahora mismo la verdad sobre ti.
-¿La verdad sobre mí?-preguntó Bess tímidamente. Y sus ojos tenían tal mirada de
introspección y perplejidad que Venters sintió remordimiento.
-Sí..., la verdad..., Bess; no lo tomes en mal sentido. Yo no he cambiado, sigo
queriéndote y después te querré más aún. La vida será bella para ti, seremos felices...; nos [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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Se oyó decir a sí mismo: «Oldring, Bess vive. Pero está muerta para vos.» Y sintió erguirse v
estallar en sus oídos el trueno de un disparo, y vio como el gigante caía lentamente de
rodillas. ¿Pero era aquella extraña mirada de los negros ojos sólo la última chispa de vida?
Un murmullo quebrado, extraño como la muerte: «Hombre..., ¿por qué... no... esperasteis...?
Bess fue... », y Oldring cayó muerto.
En ellas estaba el secreto que había clamado en su conciencia durante el tumulto y la
violencia de sus emociones. ¡Qué mirada en un hombre herido en el corazón! No había en
ella ni odio, ni ferocidad, ni temor de los hombres ni de la muerte. No fue la mirada de un
espíritu apasionado por la impávida enemistad, que daba tiro por tiro, vida por vida, sin
merma de fuerza física. Recordándolos claramente para no olvidarlos jamás, Venters vio en
los magníficos ojos de Oldring la expresión de una grande y alegre sorpresa... de amor.
Luego la sombra, y el terrible y- sobrehumano esfuerzo del espíritu por hablar. Oldring,
herido en el corazón, había luchado con la muerte para retrasarla un momento, no para
disparar, a su vez, o para maldecir a su enemigo, sino para murmurar palabras extrañas.
¡Qué palabras en boca de un hombre agonizante! ¿Por qué no había esperado? ¿Por
qué? Aquella mirada no era una súplica de vida, sino el dolor de que no quedara el momento
necesario para poder hablar: «Bess fue... » En estas palabras había renovadas torturas para
Venters. ¿Qué había sido Bess para Oldring? La interrogación salía como un espectro de su
tumba y perseguíale. Había pasado por alto el pretérito de ella, había perdonado, empezó a
amar y a olvidar lo otro, y ahora, del misterioso murmullo de un hombre agonizante, surgía
de nuevo la perversa, desconcertante, celosa incertidumbre. Bess había amado a aquel
espléndido gigante, ella misma lo confesó. El alma de Venters convirtióse otra vez en un
infierno de celos, y a ellos mezclóse de pronto el disparo que mató a Oldring, y el eco de la
detonación le causó una loca, endiablada, odiosa y vengativa alegría. Después recordó el
amor que brilló en los ojos de Oldring y el misterio de sus palabras. Así sufrió el corazón de
Venters las alterantes emociones de sus encontrados sentimientos.
Después de un año de sufrimientos y sinsabores había llegado la crisis y el punto
culminante en la lucha de su vida. Se levantó a la hora gris del alba casi descorazonado pero
triunfante sobre sus malas pasiones. No podía cambiar el pasado y, aunque no hubiese
querido a Bess con toda su alma, estaba dispuesto a no cambiar en nada lo que había
proyectado respecto a ella. Sólo una cosa necesitaba saber en definitiva: la verdad, fuese cual
fuese, porque era preciso acabar de una vez con todas las dudas y recelos. Sabía ya
117
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exactamente a qué atenerse respecto a las relaciones entre ella y Oldring, pero quería oírlo de
boca de Bess, y luego, olvidar para siempre tan triste pasado. Una vez fuera del Estado de
Utah, la joven también lo olvidaría todo y sería feliz en un nuevo ambiente.
Durante todo el día avanzó con lentitud por el Desfiladero, tomándose el tiempo
necesario para escrutar siempre los parajes antes de aventurarse en ellos. Procuraba que el
burro pisara sólo terreno rocoso o donde hubiese hierba alta, y se volvía con frecuencia para
cerciorarse de que no le perseguían. Ya de noche, llegó a la hondonada y allí dio libertad al
burro; subió la cuesta, alcanzó los cedros y continuó subiendo por el rocoso terreno hasta
llegar a los peldaños. Escaló éstos con un último esfuerzo, se dejó caer sobre el suelo de la
cueva que formaba el comienzo de la garganta, y se durmió...
A la mañana siguiente, cuando penetró en el valle, lo vio de nuevo inundado por el
sol, cuyos rayos daban sobre él atravesando el ojo del enorme puente de piedra. El Valle de la
Sorpresa parecíale más que nunca un lugar de soberana belleza.
Desde lejos distinguió a Bess bajo los abetos del campamento y, a poco, los ladridos
de los perros advirtiéronle que le habían visto. Oyó cantar a los sinsontes en los árboles, y a
las codornices. Ring y Blanca acudieron raudos, y detrás de los perros venía Bess con los
brazos abiertos para recibir al amado.
-¡Bern! ¡Qué feliz soy al volver a verte! -exclamó, llena de júbilo.
-Sí, Bess, ya estoy otra vez aquí.
Iba ella a abrazarle cuando, de pronto, la expresión de su rostro la contuvo y
rápidamente desapareció su alegría, tornándose lívida; temblando, dijo:
-¡Oh! ¿Qué ha sucedido?
-Muchas cosas, Bess; pero no te hace falta saberlas. Estoy cansado. Cansado de
cuerpo y de alma.
-¡Con qué ojos tan extraños me miras! -balbuceo la muchacha.
-No te importe. Estoy bien y no hay nada de que tengas que asustarte. Las cosas van a
suceder tal como las hemos proyectado. En cuanto descanse, saldremos de este país. Pero
necesito saber ahora mismo la verdad sobre ti.
-¿La verdad sobre mí?-preguntó Bess tímidamente. Y sus ojos tenían tal mirada de
introspección y perplejidad que Venters sintió remordimiento.
-Sí..., la verdad..., Bess; no lo tomes en mal sentido. Yo no he cambiado, sigo
queriéndote y después te querré más aún. La vida será bella para ti, seremos felices...; nos [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]