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ver?
¿Se lo habrán comido? murmuró a su oído la
pesadilla.
Y Angus se sintió desfallecer ante la imagen de
aquellos despojos humanos desgarrados, triturados y
absorbidos por aquellas relojerías sin cabeza.
Con gran esfuerzo logró recobrar su equilibrio, y
dijo a Flambeau:
Bueno; esto es hecho. El pobre hombre se ha
evaporado como una nube, dejando en el suelo una
raya roja. Esto es cosa del otro mundo.
Sea de éste o del otro dijo Flambeau , sólo
una cosa puedo hacer, bajemos a llamar a mi amigo.
Bajaron, y el hombre del cubo les aseguró, al pa-
sar, que no había dejado subir a nadie, y lo mismo
volvieron a asegurar el conserje y el errabundo casta-
ñero. Pero cuando Angus buscó la confirmación del
cuarto vigilante, no pudo encontrarlo, y preguntó con
inquietud:
¿Dónde está el policía?
Mil perdones; es culpa mía dijo el padre
Brown . Acabo de enviarle a la carretera para averi-
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guar una cosa... una cosa que me parece que vale la
pena averiguar.
Pues necesitamos que regrese pronto dijo Angus
con rudeza , porque aquel desdichado no sólo ha sido
asesinado, sino que su cadáver ha desaparecido.
¿Cómo? preguntó el sacerdote.
Padre dijo Flambeau tras una pausa . Creo
realmente que eso le corresponde a usted más que a
mí. Aquí no ha entrado ni amigo ni enemigo, pero
Smythe se ha eclipsado, lo han robado los fantasmas.
Si no es esto cosa sobrenatural, yo...
Pero aquí llamó la atención de todos un hecho
extraño: el robusto policía azul acababa de aparecer
en la esquina y venía corriendo. Se dirigió a Brown y
le dijo jadeando:
Tenía usted razón, señor. Acaban de encontrar
el cuerpo del pobre Mr. Smythe en el canal.
Angus se llevó las manos a la cabeza.
¿Bajó él mismo? ¿Se echó al agua? preguntó.
No, señor; no ha bajado, se lo juro a usted dijo
el policía . Tampoco ha sido ahogado, sino que mu-
rió de una enorme herida en el corazón.
¿Y nadie ha entrado aquí? preguntó Flambeau
con voz grave.
Vamos a la carretera dijo el cura.
Y al llegar al extremo de la plaza, exclamó de
pronto:
¡Necio de mí! Me he olvidado de preguntarle una
cosa al policía: si encontraron también un saco gris.
¿Por qué un saco gris? preguntó sorprendido
Angus.
Porque si era un saco de otro color, hay que co-
menzar otra vez dijo el padre Brown . Pero si era
un saco gris, entonces le hemos dado ya.
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¡Hombre, me alegro de saberlo! dijo Angus con
acerba ironía . Yo creí que ni siquiera habíamos co-
menzado, por lo que a mí toca al menos.
Cuéntenos usted todo dijo Flambeau con toda
la candidez de un niño.
Inconscientemente, habían apresurado el paso al
bajar a la carretera, y seguían al padre Brown, que los
conducía rápidamente y sin decir palabra.
Al fin abrió los labios, y dijo con una vaguedad
casi conmovedora:
Me temo que les resulte a ustedes muy prosai-
co. Siempre comienza uno por lo más abstracto, y aquí,
como en todo, hay que comenzar por abstracciones.
Habrán ustedes notado que la gente nunca con-
testa a lo que se le dice. Contesta siempre a lo que
uno piensa al hacer la pregunta, o a lo que se figura
que está uno pensando. Supongan ustedes que una
dama le dice a otra, en una casa de campo: «¿Hay
alguien contigo?» La otra no contesta: «Sí, el mayor-
domo, los tres criados, la doncella, etc.», aun cuando
la camarera esté en el otro cuarto y el mayordomo
detrás de la silla de la señora, sino que contesta: «No;
no hay nadie conmigo», con lo cual quiere decir: «no
hay nadie de la clase social a que tú te refieres». Pero
si es el doctor el que hace la pregunta, en un caso de
epidemia «¿Quién más hay aquí?», entonces la señora
recordará sin duda al mayordomo, a la camarera, etc.
Y así se habla siempre. Nunca son literales las res-
puestas, sin que dejen por eso de ser verídicas. Cuan-
do estos cuatro hombres honrados aseguraron que
nadie había entrado en la casa, no quisieron decir que
ningún ser de la especie humana, sino que ninguno
de quien se pudiera sospechar que era el hombre en
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quien pensábamos. Porque lo cierto es que un hom- [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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ver?
¿Se lo habrán comido? murmuró a su oído la
pesadilla.
Y Angus se sintió desfallecer ante la imagen de
aquellos despojos humanos desgarrados, triturados y
absorbidos por aquellas relojerías sin cabeza.
Con gran esfuerzo logró recobrar su equilibrio, y
dijo a Flambeau:
Bueno; esto es hecho. El pobre hombre se ha
evaporado como una nube, dejando en el suelo una
raya roja. Esto es cosa del otro mundo.
Sea de éste o del otro dijo Flambeau , sólo
una cosa puedo hacer, bajemos a llamar a mi amigo.
Bajaron, y el hombre del cubo les aseguró, al pa-
sar, que no había dejado subir a nadie, y lo mismo
volvieron a asegurar el conserje y el errabundo casta-
ñero. Pero cuando Angus buscó la confirmación del
cuarto vigilante, no pudo encontrarlo, y preguntó con
inquietud:
¿Dónde está el policía?
Mil perdones; es culpa mía dijo el padre
Brown . Acabo de enviarle a la carretera para averi-
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guar una cosa... una cosa que me parece que vale la
pena averiguar.
Pues necesitamos que regrese pronto dijo Angus
con rudeza , porque aquel desdichado no sólo ha sido
asesinado, sino que su cadáver ha desaparecido.
¿Cómo? preguntó el sacerdote.
Padre dijo Flambeau tras una pausa . Creo
realmente que eso le corresponde a usted más que a
mí. Aquí no ha entrado ni amigo ni enemigo, pero
Smythe se ha eclipsado, lo han robado los fantasmas.
Si no es esto cosa sobrenatural, yo...
Pero aquí llamó la atención de todos un hecho
extraño: el robusto policía azul acababa de aparecer
en la esquina y venía corriendo. Se dirigió a Brown y
le dijo jadeando:
Tenía usted razón, señor. Acaban de encontrar
el cuerpo del pobre Mr. Smythe en el canal.
Angus se llevó las manos a la cabeza.
¿Bajó él mismo? ¿Se echó al agua? preguntó.
No, señor; no ha bajado, se lo juro a usted dijo
el policía . Tampoco ha sido ahogado, sino que mu-
rió de una enorme herida en el corazón.
¿Y nadie ha entrado aquí? preguntó Flambeau
con voz grave.
Vamos a la carretera dijo el cura.
Y al llegar al extremo de la plaza, exclamó de
pronto:
¡Necio de mí! Me he olvidado de preguntarle una
cosa al policía: si encontraron también un saco gris.
¿Por qué un saco gris? preguntó sorprendido
Angus.
Porque si era un saco de otro color, hay que co-
menzar otra vez dijo el padre Brown . Pero si era
un saco gris, entonces le hemos dado ya.
136
¡Hombre, me alegro de saberlo! dijo Angus con
acerba ironía . Yo creí que ni siquiera habíamos co-
menzado, por lo que a mí toca al menos.
Cuéntenos usted todo dijo Flambeau con toda
la candidez de un niño.
Inconscientemente, habían apresurado el paso al
bajar a la carretera, y seguían al padre Brown, que los
conducía rápidamente y sin decir palabra.
Al fin abrió los labios, y dijo con una vaguedad
casi conmovedora:
Me temo que les resulte a ustedes muy prosai-
co. Siempre comienza uno por lo más abstracto, y aquí,
como en todo, hay que comenzar por abstracciones.
Habrán ustedes notado que la gente nunca con-
testa a lo que se le dice. Contesta siempre a lo que
uno piensa al hacer la pregunta, o a lo que se figura
que está uno pensando. Supongan ustedes que una
dama le dice a otra, en una casa de campo: «¿Hay
alguien contigo?» La otra no contesta: «Sí, el mayor-
domo, los tres criados, la doncella, etc.», aun cuando
la camarera esté en el otro cuarto y el mayordomo
detrás de la silla de la señora, sino que contesta: «No;
no hay nadie conmigo», con lo cual quiere decir: «no
hay nadie de la clase social a que tú te refieres». Pero
si es el doctor el que hace la pregunta, en un caso de
epidemia «¿Quién más hay aquí?», entonces la señora
recordará sin duda al mayordomo, a la camarera, etc.
Y así se habla siempre. Nunca son literales las res-
puestas, sin que dejen por eso de ser verídicas. Cuan-
do estos cuatro hombres honrados aseguraron que
nadie había entrado en la casa, no quisieron decir que
ningún ser de la especie humana, sino que ninguno
de quien se pudiera sospechar que era el hombre en
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quien pensábamos. Porque lo cierto es que un hom- [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]