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Filosofía del arte donde los libros son gratis
Schweinichen, hasta dónde llegaba la grosería y la embriaguez de los
gentiles hombres y las personas letradas.
En cuanto a Francia, se encuentra en el momento más desastroso
de su historia. El país, en poder de los ingleses, es devastado por los
invasores. En tiempo de Carlos VII los lobos llegaban hasta los arra-
bales de París. Cuando los ingleses son rechazados, los ecorcheurs y
capitanes aventureros viven sobre los pobres aldeanos, los explotan
con los rescates y les roban a mansalva. Uno de estos señores bandole-
ros, Gilles de Retz, ha dado origen a la leyenda de Barba Azul. Hasta
fines de siglo, lo más selecto de la nación, los nobles, son inciviles y
bárbaros. Los embajadores venecianos dicen que los señores franceses
tienen las piernas torcidas y arqueadas porque pasan toda su vida a
caballo. Rabelais os mostrará, en pleno siglo XVI, la sucia grosería y
la bestialidad persistente de las costumbres góticas. El conde Baldasa-
re Castiglione escribía hacia 1525: Los franceses sólo hallan mérito
en el ejercicio de las armas, despreciando todo lo demás; de tal suerte,
que no sólo no aman las letras, antes por el contrario las aborrecen y
tienen a los letrados por los hombres más viles; considerando que es la
mayor injuria que se puede decir a nadie, cualquiera que sea su condi-
ción, llamarle clérigo. En suma, en toda Europa el régimen es todavía
feudal y los hombres, como animales feroces y fuertes, no piensan sino
en beber, en comer, en combatir y en ejercitar sus miembros. En oposi-
ción a esto, Italia es un país casi moderno. Con la supremacía de los
Médicis, Florencia vive en paz; los burgueses reinan, pero reinan pa-
cíficamente. Como sus jefes los Médicis, fabrican, comercian, fundan
casas de banca y ganan dinero, que gastan luego como personas de
buen gusto. Los cuidados de la guerra no les oprimen ya con una an-
gustia áspera y trágica. Si hacen la guerra, llévanla a cabo las manos
pagadas de los condottieri, y estos, expertos negociantes, la reducen a
correrías , y si alguna vez se matan, es sólo por equivocación. Se
habla de batallas donde tres soldados, a veces uno solo, quedan sobre
el terreno. La diplomacia substituye a la fuerza. Los soberanos italia-
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nos- dice Maquiavelo- encuentran que el mérito de un príncipe con-
siste en saber apreciar en los escritos una aguda réplica, en redactar
una hermosa carta, en mostrar en sus palabras la vivacidad y la sutile-
za, en tejer un engaño, en saber adornarse de oro y pedrerías, en dor-
mir y comer con mayor esplendor que los demás y en reunir en torno
suyo toda suerte de voluptuosidades. Así llegan a ser inteligentes en
las artes, letrados, amantes del docto conversar.
Por vez primera, desde la caída de la civilización antigua, puede
verse una sociedad que concede el primer lugar a los goces del espíri-
tu. Los hombres preferidos de esta época son los humanistas, restaura-
dores entusiastas de las bellas letras griegas y latinas, Poggio, Filelfo,
Marsilio Ficino, Pico de la Mirandola, Chalcondylio, Ermolao Barba-
ro, Lorenzo Valla, Policiano. Revuelven las bibliotecas de Europa para
descubrir y publicar manuscritos. No sólo los descifran y los estudian,
sino que se inspiran en ellos y hacen que su corazón y su espíritu sean
a semejanza de los antiguos, y escriben en un latín casi tan puro como
los contemporáneos de Cicerón y de Virgilio.
El estilo en un instante se torna exquisito, y el espíritu en un
vuelo llega a la edad adulta. Si de los dificultosos exámetros de Petrar-
ca y sus epístolas pretenciosas pesadas pasamos a los elegantes dísticos
de Policiano o a la elocuente prosa de Valla, nos sentimos penetrados
de un placer casi físico. La mano y el oído llevan el compás del ágil
fluir de los dáctilos poéticos y el amplio desenvolverse de los períodos
oratorios. El lenguaje a un tiempo se ha hecho noble y transparente, y
la erudición, al pasar de los claustros a los palacios ha dejado de ser
una máquina de silogismos para transformarse en un instrumento de
placer.
En efecto, estos sabios no forman una clase limitada y desconoci-
da, encerrada en las bibliotecas y alejada del favor público. Muy lejos
de ello, el título de humanista basta en estos tiempos para atraer sobre
un hombre la atención y las mercedes de los príncipes. El duque Lu-
dovico Sforza, en Milán, llama a su Universidad a Merula y Demetrio
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Chalcondylio y escoge como ministro al sabio Cecco Simonetta, Leo-
nardo Aretino, Poggio, Maquiavelo, son sucesivamente secretarios de
la República florentina. Antonio Beccadelli es secretario del rey de
Nápoles. Un Papa, Nicolás V, es el protector más entusiasta de las
letras italianas. Un sabio de entonces envía un antiguo manuscrito al
rey de Nápoles y éste le da las gracias por aquel regalo, que considera
un señalado favor. Cosme de Médicis funda una academia filosófica y
Lorenzo renueva los banquetes platónicos. Landino, amigo suyo, com- [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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gentiles hombres y las personas letradas.
En cuanto a Francia, se encuentra en el momento más desastroso
de su historia. El país, en poder de los ingleses, es devastado por los
invasores. En tiempo de Carlos VII los lobos llegaban hasta los arra-
bales de París. Cuando los ingleses son rechazados, los ecorcheurs y
capitanes aventureros viven sobre los pobres aldeanos, los explotan
con los rescates y les roban a mansalva. Uno de estos señores bandole-
ros, Gilles de Retz, ha dado origen a la leyenda de Barba Azul. Hasta
fines de siglo, lo más selecto de la nación, los nobles, son inciviles y
bárbaros. Los embajadores venecianos dicen que los señores franceses
tienen las piernas torcidas y arqueadas porque pasan toda su vida a
caballo. Rabelais os mostrará, en pleno siglo XVI, la sucia grosería y
la bestialidad persistente de las costumbres góticas. El conde Baldasa-
re Castiglione escribía hacia 1525: Los franceses sólo hallan mérito
en el ejercicio de las armas, despreciando todo lo demás; de tal suerte,
que no sólo no aman las letras, antes por el contrario las aborrecen y
tienen a los letrados por los hombres más viles; considerando que es la
mayor injuria que se puede decir a nadie, cualquiera que sea su condi-
ción, llamarle clérigo. En suma, en toda Europa el régimen es todavía
feudal y los hombres, como animales feroces y fuertes, no piensan sino
en beber, en comer, en combatir y en ejercitar sus miembros. En oposi-
ción a esto, Italia es un país casi moderno. Con la supremacía de los
Médicis, Florencia vive en paz; los burgueses reinan, pero reinan pa-
cíficamente. Como sus jefes los Médicis, fabrican, comercian, fundan
casas de banca y ganan dinero, que gastan luego como personas de
buen gusto. Los cuidados de la guerra no les oprimen ya con una an-
gustia áspera y trágica. Si hacen la guerra, llévanla a cabo las manos
pagadas de los condottieri, y estos, expertos negociantes, la reducen a
correrías , y si alguna vez se matan, es sólo por equivocación. Se
habla de batallas donde tres soldados, a veces uno solo, quedan sobre
el terreno. La diplomacia substituye a la fuerza. Los soberanos italia-
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nos- dice Maquiavelo- encuentran que el mérito de un príncipe con-
siste en saber apreciar en los escritos una aguda réplica, en redactar
una hermosa carta, en mostrar en sus palabras la vivacidad y la sutile-
za, en tejer un engaño, en saber adornarse de oro y pedrerías, en dor-
mir y comer con mayor esplendor que los demás y en reunir en torno
suyo toda suerte de voluptuosidades. Así llegan a ser inteligentes en
las artes, letrados, amantes del docto conversar.
Por vez primera, desde la caída de la civilización antigua, puede
verse una sociedad que concede el primer lugar a los goces del espíri-
tu. Los hombres preferidos de esta época son los humanistas, restaura-
dores entusiastas de las bellas letras griegas y latinas, Poggio, Filelfo,
Marsilio Ficino, Pico de la Mirandola, Chalcondylio, Ermolao Barba-
ro, Lorenzo Valla, Policiano. Revuelven las bibliotecas de Europa para
descubrir y publicar manuscritos. No sólo los descifran y los estudian,
sino que se inspiran en ellos y hacen que su corazón y su espíritu sean
a semejanza de los antiguos, y escriben en un latín casi tan puro como
los contemporáneos de Cicerón y de Virgilio.
El estilo en un instante se torna exquisito, y el espíritu en un
vuelo llega a la edad adulta. Si de los dificultosos exámetros de Petrar-
ca y sus epístolas pretenciosas pesadas pasamos a los elegantes dísticos
de Policiano o a la elocuente prosa de Valla, nos sentimos penetrados
de un placer casi físico. La mano y el oído llevan el compás del ágil
fluir de los dáctilos poéticos y el amplio desenvolverse de los períodos
oratorios. El lenguaje a un tiempo se ha hecho noble y transparente, y
la erudición, al pasar de los claustros a los palacios ha dejado de ser
una máquina de silogismos para transformarse en un instrumento de
placer.
En efecto, estos sabios no forman una clase limitada y desconoci-
da, encerrada en las bibliotecas y alejada del favor público. Muy lejos
de ello, el título de humanista basta en estos tiempos para atraer sobre
un hombre la atención y las mercedes de los príncipes. El duque Lu-
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Chalcondylio y escoge como ministro al sabio Cecco Simonetta, Leo-
nardo Aretino, Poggio, Maquiavelo, son sucesivamente secretarios de
la República florentina. Antonio Beccadelli es secretario del rey de
Nápoles. Un Papa, Nicolás V, es el protector más entusiasta de las
letras italianas. Un sabio de entonces envía un antiguo manuscrito al
rey de Nápoles y éste le da las gracias por aquel regalo, que considera
un señalado favor. Cosme de Médicis funda una academia filosófica y
Lorenzo renueva los banquetes platónicos. Landino, amigo suyo, com- [ Pobierz całość w formacie PDF ]